El lunes por la tarde bajo el anacardo era mi momento favorito de la semana, ni siquiera intimidado por la intensidad del calor del sol brasileƱo. Diez estudiantes y yo nos reunimos alrededor de una mesa a la sombra para aprender historias bĆblicas. Nuestro maestro fue el EspĆritu Santo, y estĆ”bamos allĆ para aprender juntos.
Comenzamos con la historia de cĆ³mo Dios creĆ³ el mundo y continuamos avanzando a travĆ©s de la Biblia usando un mĆ©todo llamado "Historia bĆblica cronolĆ³gica". Cada semana, uno de los estudiantes le enseĆ±Ć³ a la clase una historia bĆblica, sobre Abraham, David o JesĆŗs caminando sobre el agua o sanando a los ciegos, y desafiĆ³ a todos en la clase a aprender la historia y contarla a por lo menos tres personas durante la semana. . Al principio, aprender las historias bĆblicas les resultĆ³ muy difĆcil; les costĆ³ recordar los detalles de la historia y compartir la historia con fluidez con los demĆ”s. TodavĆa recuerdo una semana cuando los estudiantes no compartieron su historia y tuvimos que repetir la historia de la desobediencia de AdĆ”n y Eva (GĆ©n. 3). Sin embargo, los estudiantes estaban decididos a mejorar y nunca mĆ”s tuvimos que repetir una historia bĆblica. A medida que pasaban las semanas, comenzamos a tener discusiones cada vez mĆ”s profundas sobre las verdades que aprendimos.
Lo que hizo que este tiempo bajo el anacardo fuera tan especial fue cĆ³mo pude ver la obra del EspĆritu Santo en cada una de nuestras vidas. ComenzĆ³ a cambiar a este maestro inseguro en un oyente confiado de Su voz, y cambiĆ³ a estos estudiantes de oyentes cautelosos a maestros vibrantes. ComenzĆ³ a cambiarlos de participantes vacilantes a activistas motivados de nuestra clase. MĆ”s que nada, Ćl comenzĆ³ a transformarlos por Su verdad en lo mĆ”s profundo de sus corazones, poniendo en ellos hambre por Su Palabra y la carga de compartirla con otros.
Una de mis mayores alegrĆas fue ver a Joyce, una de mis alumnas, convertirse en una apasionada testigo de JesĆŗs. Cuando el semestre estaba terminando, desafiĆ© a los estudiantes a orar y preguntarle al SeƱor quĆ© querĆa que hicieran durante el descanso. Joyce insistiĆ³ rotundamente en que no querĆa āperder el tiempoā, sino que querĆa compartir las historias bĆblicas que habĆa aprendido con los jĆ³venes de su comunidad. Ciertamente no perdiĆ³ el tiempo, sino que les enseĆ±Ć³ ocho historias bĆblicas. Incluso presentaron un drama de la historia de la desobediencia de AdĆ”n y Eva (la misma historia que tuvimos que repetir en clase). La mejor parte fue que todos los jĆ³venes con los que trabajaba aceptaron a JesĆŗs. Fiel a su nombre, Joyce rebosaba de alegrĆa a su regreso y no podĆa esperar para contar lo que JesĆŗs habĆa hecho.
El SeƱor usa las cosas sencillas para confundir a los sabios y cumplir Sus propĆ³sitos. El SeƱor se complaciĆ³ en usar la sencillez de las historias bĆblicas debajo de un maraĆ±Ć³n para transformarnos por el poder de Su EspĆritu y para la gloria de Su nombre.
āMi mensaje y mi predicaciĆ³n no fueron con palabras sabias y persuasivas, sino con una demostraciĆ³n del poder del EspĆritu, para que su fe no se base en la sabidurĆa humana, sino en el poder de Diosā. 1 Corintios 2:4-5